La vi frente a mí. Su mirada dura, hiriente, oscura. Su frente altiva. Nariz y mentón fuertes, determinantes. Su boca bien torneada de labios semifinos, apretados, en un rictus mezcla de desafío, amargura y desdén. La comisura elevándose hacia la derecha donde un mechón de pelo lacio, tupido y oscuro, ocultaba casi medio rostro. Lo despejó con enérgico ademán.
Respondía a mis preguntas, indiferente y breve:
-¿Porqué lo hiciste?
- Su vida no tenía sentido... respondió.
- Eso no lo puede decidir nadie - Dije.
- Yo sí - Contestó categóricamente.
- ¿Cuánto tiempo hace que pensabas hacerlo? pregunté.
Se encerró en un profundo silencio. Su mirada vagaba del escritorio a la ventana, de ahí al juego de lapiceros que tenía ante sí. Se detuvo en el cenicero de acero inoxidable, allí la podía ver nuevamente, su rostro se reflejaba hosco, imperturbable. Le pregunté si quería fumar. Su respuesta fue breve:
- No fumo -
- ¿Nombre y apellido?
- Coseta Fiorentino
- ¿Edad?
- Cuarenta años -
- ¿Nacionalidad?
- Italiana
- ¿Estado Civil?
- Casada con dos hijas.
Su rostro cambió de expresión, dulcificándose resignadamente. Sus ojos se entrecerraron su boca perdió el rictus duro y desafiante cuando dijo:
- No lo pensé. Ella me lo pedía con los ojos todos los días... Sólo unas dosis de más y su sufrimiento terminaría. Ahora sé que está en paz.
Se hizo un gran silencio. Volví mis ojos al informe que tenía ante mí:
Coseta Bianculi de Fiorentino, edad 78 años, fallecida el día 30 de junio de 2002.
Hora del deceso 23,30.
Muerte por sobredosis de calmante.
Seguí leyendo los detalles del caso mientras ella se retiraba, hombros, ojos, boca y porte vencidos. El pelo caía ocultando su cara. En la oficina se respiraba un raro halo de compasión, piedad, injusticia y solidaridad no muy comprensible pero tristemente compartidos.
El juicio se celebraría en pocos meses.

Cerré el expediente y lentamente lo archivé en la "F".