viernes, 25 de junio de 2010

LA SOGA

Las gruesas gotas de la tormenta que aterrizaban en el techo de zinc enmudecían el ruido que producía cada martillazo en el travesaño vertical que, de un lado a otro de su habitación, montaba Pedro. Una circunferencia ovalada con un lazo corrido cerraba la soga gruesa que colgaba en el centro delmadero. Finalmente, remachó con fuerza los clavos, bajó la escalera, colocó una silla debajo de la soga y observó el círculo siniestro que hacia el nudo corredizo.

Un golpe de viento abrió la ventana y la soga se movió hacia el pasillo devolviéndose como un regulador pendular. Un trueno retumbó cercano como anunciando el éxito de la construcción de aquel aparato mortal. Había terminado su obra. Una horca. Cerró la ventana por completo.

Salió de la habitación, caminó hasta la sala donde un enorme vaso de whisky lo esperaba. Se lo tomó de un sorbo y preparó una copa de vino para Isabel a la que echó un poderoso somnífero. “No voy a utilizar la violencia en su contra, la ahorcaré mientras duerme.”

El día anterior se había graduado con honores en la Gran Academia de la Fuerza Aérea, como piloto de aviones Cazas Blackhawk; se le entregaron unos cinco pergaminos de honor que ahora observaba con desdén sobre la mesa al lado de su chaqueta militar repleta de medallas; a sus 24 años, posiblemente ningún miembro de la institución aérea había acumulado tantos galardones al éxito, la eficiencia y la dedicación a los estudios como él. Y sin embargo, seguía siendo un cadete, faltaba el diploma que lo acreditara como Oficial Primer piloto, sin la necesidad de un nuevo sacrificio.

Porque ya se había sacrificado, a su entender; una semana atrás lo habían llevado a una cárcel de torturas donde le explicaron que su examen final consistía en liquidar a un prisionero. Le mostraron a un presidiario atado a una pared y le entregaron una pistola. Disparó porque tenía que disparar. Había crecido en el vientre de la dictadura y sabia lo que una negativa significaba para él y su familia.

Pero ese crimen no estaba en su agenda, desconocía hasta ese momento esa clase de prueba de lealtad al régimen , mas ni siquiera sabía lo que aún le esperaba: “El Jefe en persona quiere hablar contigo” fue lo que le dijeron antes de que el hombre que había baleado empezara a desplomarse. Pensó que el Jefe lo felicitaría por haber sido el mejor estudiante de la academia militar y haber pasado su último “examen” y no fue así.

El Jefe le habló de Isabel, su novia desde la infancia, le dijo que ella pertenecía a los Comandos Clandestinos Pro Democracia, sus enemigos jurados, y que él necesitaba un compromiso mayor sobre su lealtad; le prometió graduarlo con sus honores, ascenderlo; enviarlo a hacer un curso de Estado Mayor para que en un par de años fuera Coronel, y en un par de años más estuviera listo para ser el General en Jefe más joven de las fuerzas armadas del país. A cambio, no le pedía gran cosa ––según el jefe, sólo liquidar a su novia. “Lealtad a una mujer o lealtad a la patria” ––finalizó de manera casi burlona.

Al escuchar tamañas palabras en la vocecita afeminada del Jefe,sintió que le temblaban hasta las uñas de las manos; sólo pudo expresar:

––Respetuosamente Señor, me permito recordarle que mi novia es hija del Comandante en Jefe del Ejército.

––De eso me encargo yo ––contestó el Jefe, dando por terminada la conversación.

Y al salir del despacho del Jefe, un general le entregó una soga: “Debes ahorcarla” ––le dijo, ––El Jefe la quiere ver colgando.

II

Sus nervios estaban tan tensos y sus pensamientos tan desordenados que el vaso de whisky le supo a agua. Preparó otro trago y de nuevo se lo tomó de un sorbo, dejándose caer con el vaso vacío en el sillón de la sala desde donde observó el corredor donde quedaba la habitación.

Sus ojos se alargaron como la lengua de algunos lagartos, al ver que el círculo que hacía la soga al final, se encontraba suspendido en medio del corredor, como si lo mirase a él. "Parece que un viento sostenido sacó la soga de la habitación y la mantiene en ese estado inmóvil" pensó. De todas maneras sintió un poco de turbación, no estaba acostumbrado a una situación tan dramática: matar a su amada para poder conducir orgullosamente un avión de la Gran Fuerza Aérea.

Se movió hacia la habitación con un sellador y taponó cada orificio de la ventana; se había asustado un poco con esa imagen de la soga como si lo observara. Regresó al mueble y de nuevo miró al corredor y otra vez vio la soga, esta vez danzando como el péndulo de un reloj.

––¡Maldita soga! - se dijo.

Tomó el teléfono y empezó a marcar. La madre de Isabel le contestó que ella había salido hacia la casa, que quizás no había llegado debido a las calles anegadas por el temporal. No había ajustado bien el auricular cuando escuchó el ruido como de una silla rodando, un golpe fuerte como de huesos rotos y un gemido como de una mujer que provenía de la habitación, sintió un escalofrío que le recorrió todo el cuerpo. Salió caminando discretamente hacia la habitación. Lo que vio lo dejó pasmado: la silla efectivamente había rodado por el suelo y la soga estaba inmóvil, tan tensa que pareciera que alguien invisible colgaba de ella, especialmente porque el círculo se había cerrado casi al tamaño del cuello de una persona.

Se quedó con los ojos fijos al pequeño círculo del final de la soga e instintivamente movió sus brazos como si fuera a tocar a alguien invisible que estuviera colgando. Afuera, los truenos y relámpagos parecían enloquecer la noche.

El ruido del timbre de la puerta le dio un susto tan enorme que tropezó con la silla, giró en redondo y se golpeó el hombro contra la pared. El timbre siguió sonando, pero al tratar de pararse el dolor en el hombro era tan intenso que no podía apoyar los brazos. Sabía que era ella. Hizo un esfuerzo para pararse y cayó de espaldas con los ojos mirando al techo. El timbre dejó de sonar. En ese momento un rayo estropeó la energía eléctrica. La oscuridad se apoderó del recinto.

El enorme resplandor de otro rayo traspasó las pequeñas rendijas de la ventana que se quedaron sin sellar. Pudo ver, con los ojos tan agrandados que parecieran salir de sus órbitas, que la soga iba creciendo lentamente buscando su cuello. Trató de moverse y no pudo por lo que se agarró con ambas manos el cuello. El resplandor de otro rayo le dio la oportunidad de ver a su novia, totalmente empapada, en la puerta de la habitación, con una linterna encendida en su mano izquierda y un par de paquetes orlados en papel de regalos en la mano derecha. Los regalos de su graduación.

–Mi amor, ¿que haces en esa postura? ––preguntó Isabel, extrañada, aunque intuyó que se había caído por la oscuridad.

Luego, lo ayudó a pararse, lo llevó en hombros hasta el sofá, le quitó la camisa, le vendó el hombro lesionado, mimó su frente, le preparó un trago de whisky doble, y tomó la copa que él había preparado para ella. Cuando Pedro observó que Isabel se llevaba la copa a la boca, suplicante gritó un “no” que pudo haberse comparado en estridencia con el trueno que reventó cerca de la casa en ese momento.

–¿No, qué? ––preguntó ella, sorprendida.

–No nada, contestó Pedro.

Era tarde, ella había bebido todo el contenido de la copa.

–La horca –dijo él, ansioso, como si preguntara, mientras Isabel paladeaba el vino.

–¿Cuál horca? -preguntó de nuevo Isabel.

–La horca en la habitación, en mi habitación, cielo. ––insistió Pedro, ¿no la viste?

–No sé de que hablas, amor, no vi horca ni nada que se le parezca, dijo Isabel moviéndose hacia la despensa a buscar los utensilios para preparar la mesa. En la tercera división del armario, Isabel observó una extraña soga de color verde claro. Se quedó examinándola como cavilando si podría utilizarla en algún decorado de la mesa, mas dio un paso atrás porque percibió que la soga se había movido y levantado la parte delantera como hacen las serpientes cobras.

En ese momento la casa fue estremecida por un trueno que al parecer retumbó en las cercanías, y un segundo después, otro estampido que a Isabel le lució más cercano, como si hubiese detonado dentro de la casa. Examinó la soga de nuevo y se dio cuenta que había sido una sensación vaga, una ligera mala impresión. Recogió algunos utensilios, incluyendo un viejo vino y fijó la dirección de sus pasos hacia la sala.

La sangre brotaba a borbotones de un enorme círculo abierto en la sien derecha de Pedro, quien reposaba en el sillón como si estuviera dormido; en los dedos de su mano derecha, que aún se movían levemente, se escapaba de a poco la pistola. En el suelo un bolígrafo, y en su mano izquierda un papel con sus trazos:

“La soga era del color que brota de mis sienes, Isabel; yo la pinté de verde para que doliera menos.”

Joan Castillo

JOAN CASTILLO, fue y es mi amigo, digo fue porque ya no está en presencia sino en espíritu entre los que disfrutamos de sus letras.
Este SU relato es un homenaje a su memoria.
No te olvidaré amigo, donde estés seguirás con tu pasión por las letras, que estés feliz y en paz.

sábado, 5 de junio de 2010

LA ÚLTIMA CITA - Soneto

Cuando llegue la hora de la cita,
mi mente ha de evocar tiempos mejores,
y he de cubrir con pétalos de flores,
vericuetos de la senda infinita.

Me integraré con la tierra bendita,
donde duermen su sueño mis mayores,
he de darme sin penas ni temores,
pues ya toda ilusión está marchita.

He de irme tranquilo y sin complejos,
contemplando sereno y desde lejos,
como el sol se va hundiendo en el ocaso.

Habré de caminar hacia poniente,
sombrío el rostro y altiva la frente,
hasta alcanzar la meta paso a paso.

Soneto cedido por mi amigo Fernando de:

http://fotosocurrenciasyhumor.blogspot.com/

  Aquí les dejo la receta  de esta mermelada, algo ácida y dulce, como mi despedida de este y el otro blog.      Es momento de descanso y re...