AVISO: Este disparatado cuento fue escrito por mí en el año 2003.
También aviso que puede herir la sensibilidad del lector. No lo había publicado por eso pero fueron épocas en que mi fantasía volaba a la par de mis sueños.
El que avisa no es traidor...
LA VELA ROSA
A
la luz vacilante de la vela la escena parecía fantasmagórica.
El
personal del hospital recibió el apagón con lúgubre humor. El generador se
había estropeado el día anterior, por lo que ya estaban cancelados tratamientos
y operaciones. Ahora se sumaba este
corte general producido por las tormentas que arreciaban sobre la zona. El
hospital blanco apenas se distinguía emplazado entre añosos árboles.
En
el gran salón parecía imposible que sólo hubieran puesto un velón sostenido por
un pie de hierro en el que calzaba perfectamente. Era de grandes dimensiones
más ancho que alto, color rosa fuerte esparcía una llama alargada y potente que
a veces mecía las sombras acunando a los enfermos que se aquietaban con su
vaivén y otras se estiraban afinándose y picoteando hacia lo alto del amplio
salón enervando los ánimos. Seguro que lo trajeron de la capilla para poner
menos velas y faroles que podían ser peligrosos.
Desde mi lugar de control rodeado de teléfonos alarmas y computadoras
observaba todo detrás de la mampara ubicada en el entrepiso, ésa era mi tarea.
Menuda noche me esperaba para estar sin luz y sin comunicación con el exterior.
El
Dr. Interrogo estaba sentado en un rincón con las manos en los bolsillos. El
efecto de luz y sombra hacía que su largo cuello y su cabeza calva
sobresalieran exageradamente del delantal, su nariz afinada y curva completaba
el perfil. Conversaba con Fantel, el enfermero de turno. De complexión fuerte y
maciza, sus labios gruesos se extendían hacia adelante al hablar y sus manos
gordas y toscas tenían un cierto parecido a la forma de sus pies calzados con
zapatos anchos redondeados exageradamente en la punta. Dina estaba cerca de
ellos. Siempre que los miraba emitía una risa aguda y estridente que yo no oía
desde aquí pero que conocía muy bien. Sus dientes finos y alargados brillaban
bajo el efecto de la luz mortecina. El psicólogo siempre con el mismo gesto en la
cara la miraba indiferente, en cambio, Fantel tenía las pupilas dilatadas por
el deseo que la risa de Dina le provocaba, esto se acrecentaba por el
acomodamiento de sus pequeños ojos a la escasa luz.
Simodo,
el de la habitación veinte, con su giba deformante replegó sus cortos brazos y
piernas y se tiró en el piso. Quedó encogido sobre sí mismo cerca del médico,
como buscando refugio a su temor ya que Fantel siempre lo acosaba asustándolo
con su poderoso cuerpo abusando de su jerarquía. León, el nuevo de la diecisiete
se había acercado a la señora Gesbra, que recelosa y ágil trataba de mantener
la distancia con sus característicos saltitos al desplazarse. Sus lacios pelos
a rayas entre negras y blancas, contrastaban con los desprolijos y largos pelos
pardos del muchacho y sus almendrados ojos.
Deyanira,
estaba de pie, estática, contemplando el velón que ahora tenía un profundo cráter
rosa. En su interior, un gran lago se agrandaba en el centro sin desvirtuar su
nítido contorno. La chica de figura sin formas y con los brazos colgando a los
lados, se mimetizaba con el cirio encendido. El color de sus cabellos rojos
irradiaba hacia él encendiendo el rosa y éste volvía para reflejarse en sus
ojos y su bata blanca. Su mirada oscilaba entre el velón y la hermosa cabellera
de Hércules. Éste se entretenía en
apilar las mesas y sillas desparramadas por el lugar. Sus musculosos brazos
brillaban por el sudor. Cuando terminó se quedó mirando a Deyanira con ojos
enamorados, ella lo miraba pudorosa pero su mayor atención se concentraba en la
llama, como hipnotizada. Era en esos momentos que Hércules protegiendo a Gesbra
observaba atentamente a León controlando sus movimientos ya que éste se
acercaba cada tanto a ella con bastante agresividad. Bastaba una mirada de
Hércules para que León se alejara moviendo su melena con rabia y emitiendo
gritos extraños.
No
había monitores ni cámaras funcionando yo sólo podía verlos y mal a través de
la mampara de mi puesto de control. Deyanira siempre de pie, se había
interpuesto entre la vela y mi mirada produciendo un raro efecto, pues la llama
parecía salir del centro de su cabeza quedando unificadas. Agudicé mi mirada.
Algo mayor a mi comprensión sucedía en el rincón. Me esforcé más, sacudí la
cabeza, cerré los ojos unos segundos, los abrí nuevamente. No podía creer lo
que estaba viendo allí abajo. Con rápido movimiento pulsé la alarma, no
funcionaba. Quedé paralizado.
La
cara de Dina se había transformado y reía cual hiena mostrando sus babeantes y
afilados dientes. El cuello la calva y la nariz del doctor eran un gran signo
de interrogación, casi un garfio. La libidinosa y riente hiena tenía sujeto al
Dr. Interrogo entre sus extremidades, y libaba en su metálico cuello, haciendo
realidad sus deseos de poseerlo, de fagocitarlo. Él seguía con las manos en los
bolsillos, siempre en su rincón, siempre con su interrogante en la cabeza,
aunque ahora lo sacudían pequeños estertores mientras un líquido rojo dibujaba
axones y dendritas en su delantal.
Fantel
fregaba y chupaba con su alargada trompa el cuerpo de la excitada Dina que
seguía emitiendo carcajadas y sorbiendo por el cuello las vísceras del doctor. Las
enormes orejas de Fantel se movían abanicando la llama que hacía contorsionar y
danzar las sombras. Simodo seguía replegado,
su cabeza no se veía, totalmente metida en su cuerpo y ahora semejaba un caparazón.
Sobre él la terrible pata de Fantel se movía al ritmo de su enorme cuerpo
excitado. Éste presionaba más fuerte complacido y voluptuoso, cada vez que su trompa
recorría las intimidades de la complaciente Dina, al fin liberada feliz,
sorbiendo y recibiendo.
León
alcanzó a la señora Gesbra que quedó tendida en el suelo moviendo sus patas. Su
cuerpo de hermoso pelaje a rayas blanco y negro se cubría de sangre mientras el
león hincaba sus dientes en el estilizado cuello con demencial hambruna. La melena
y los ojos de León brillaban a la luz de la vela. Gesbra ya no se movía. Hércules
no llegó a tiempo. Al aproximarse, su cuello iba adquiriendo más volumen, sus
venas tensas dibujaban ríos en la piel, desde atrás rodeó con un brazo el
cuerpo de la fiera, el pecho al máximo de fuerza. Con el otro brazo, bíceps y
tríceps preparados para la acción, retorció la cabeza del joven animal en un
solo movimiento. León cayó desmembrado, cuerpo y melena abatidos, sus ojos
reflejaban la luz de la enorme vela ya en la mitad, consumiéndose.
Desde mi lugar quería moverme y gritar pero no emitía sonido y mi cuerpo
no respondía.
Deyanira
miraba fascinada el velón que, cada vez más rápido, continuaba su danza de picoteo hacia el techo, alargando y
extendiendo la llama. Se acercó más. Cuando se sumergió en el profundo cráter,
su cabellera roja avivó el fuego y fueron todo cirio todo lago todo lágrima
rosa, roja. Desde mi lugar no podía oler ni oír, pero mis sentidos vivían esa
sensación acre.
Imaginé el grito desgarrador de Hércules que extendió sus manos hacia
Deyanira. Ella lo atrajo hacia sí envolviéndolo en su quemante fuego, en un
abrazo de amor y muerte. Escuché sin oír el crepitar de sus cabellos. También la risa de Dina y el grito orgásmico
de Fantel. El caparazón de Simodo quebrándose bajo las pesadas patas de Fantel
bailando su danza gozosa. El suave gorgoteo de la sangre de Gesbra y el
silencio mortal de León.
Yo
estaba horrorizado. En gesto rutinario seguía pulsando la alarma sin recordar
que no había luz. Detrás de la mampara, todo era fuego, retorcimiento,
crepitar. Todo frenesí, amor, odio, sometimiento, ansia, dolor. Liberación.
Corrí
buscando ayuda que no ayudó, las escaleras se estaban desmoronando, las paredes
despedían un calor sofocante y en el aire había un desagradable olor que traté
de impedir cubriéndome con el delantal.
Los bomberos llegaron retrasados por la
tormenta, por el barro, por los árboles caídos por un aviso que no llegó a
tiempo. Miré desde afuera como las llamas se extendían. Después solo quedaron nubes de humo negro que
ennegrecieron más las paredes del viejo hospital. Poco quedó de él solo camas
paredes quirófanos y cuerpos calcinados.
Lo que más asombró a los peritos fue que entre
los restos calcinados del salón, hallaron
dientes, garras y esqueletos de animales. También desconcertó el
hallazgo de un extraño garfio sin fundir.
Mi
explicación satisfizo a todos pues hubo concordancia con los peritos: Una
imprudencia habría producido el fatal accidente.
Luego todo fue silencio. ¿Se
habrían desprendido sus espíritus, o sucumbirían a la locura nuevamente?
En
mi cordura yo también fui silencio.