sábado, 5 de marzo de 2011

DESPOJOS

Fina con sus piernas puro huesos y sus brazos enroscados en un abrazo consigo misma, está tirada en su cama. Mira hacia el pasillo sin ver, vagando por tiempos remotos o en la nada. El camisón de verano deja ver el pañal, su pecho casi no existe. Es una tabla apenas cubierta de piel en su última delgadez. No puedo descifrar su edad, tal vez 50 ó 60 años, al mirarla mejor veo que entre sus brazos tiene una muñeca de trapo. Sigo derecho a la habitación de Diego. Está vestido tendido boca arriba en la cama, la boca entreabierta, un parche en la cabeza producto de la caída de días anteriores. Se despertó, abre sus ojos redondos, casi sin pestañear, fijos, claros, ansiosos. Sonríe apenas. Por la comisura izquierda cae un surco de baba desde la arruga hacia la almohada.
El de la cama de al lado sentado en la silla de ruedas trata de acostarse sobre su cama. Una tabla de madera se lo impide pues las ponen a propósito para que no se acuesten. Él la toca como diciendo: “Saquen esto de aquí “
Enfrente, enfrascado en la lectura del periódico está Humberto acostado vestido. Me pregunto si lee o se esconde para no vernos o para aislarse, si el periódico será de la fecha o es su escudo, no intento averiguarlo.
Diego se incorpora para recibir el masaje. Es complicado pues no se quiere quitar la camisa a pesar del intenso calor. La desabrocho hasta la cintura, comienzo con cervicales, arrodillada sobre la cama, sigo por su espalda. Ya no llego por la abertura del cuello, entonces mis dedos masajean sobre la camisa, presionan lumbares lo justo y mis puños trabajan sobre el pañal. No puedo ponerlo boca abajo, sería más molesto para él.
Sigo por sus brazos, metiendo la mano bajo la manga corta de la camisa. Masajeo sus hombros. Luego las manos dedo por dedo hacia arriba, nuevamente hacia los hombros.
-¡Qué bueno es esto!- Dice.
Ahora masajeo sus muslos sobre el pantalón. Mis dedos rotan, mis manos amasan suavemente, frotan a los lados para calentar esos músculos debilitados. Remango el pantalón y subo por sus pantorrillas, estimulando, calentando, preparando para caminar. Las rodillas puro hueso.
-¡Qué bueno es esto!- Repite Diego.
Humberto se levanta periódico en mano y dice mirando a sus compañeros:
-“Despojos”-
Siempre dice lo mismo… Me duele. Yo quiero a mi paciente, siempre tranquilo y agradecido. No habla mucho pero tenemos conversaciones breves sobre futbol, su club favorito y su trabajo de antaño.
Cuando Humberto pasa por delante de la cama dice:
-A este le gusta que lo toquen -
Y sale hacia el corredor del pasillo.
Diego ya está preparado, así que también salimos, recorremos el pasillo varias veces. Diego tomado de la larga barra a ese efecto, adosada a la pared debajo del gran ventanal que da al patio de la planta baja. A veces bajamos.
Allí se está más fresco, hay muchas plantas y cómodos sillones, pero hoy estaba demasiado dormido cuando llegué. Sin una entrada en calor de sus músculos no confío en su estabilidad.
Nos detenemos, la ventana apenas abierta deja entrar un aire reconfortante. Diego tomado de frente con las dos manos a la barra asoma la cabeza para mirar terrazas y techos.
- Inspire, exhale, inspire, exhale… - repito yo.
Lo hace con fruición.
- Inspire y retenga. Así… Exhale -
- Ahora en punta de pies, inspire, retenga. Baje, exhale -
- Me canso…- dice.
- Vamos otra vez…Usted puede Diego - insisto
- Ahora tomado con una mano, de costado, levante una pierna -
-¡Más alto! Biéen… - lo estimulo.
Diego contesta:
- ¡Puedo hacerlo bien...!
- ¡Claro que sí…! ¿Vio qué bien? – lo animo
- Ahora otra vez de frente, aproveche a tomar oxígeno –
Sigo diciendo:
- Abra pierna a un lado… Fuerza con la izquierda… Nuevamente, otro más… -
- Ahora con la derecha… ¿ Ve que puede? - Le insisto con alegría a lo que él contesta:
- Puedo hacerlo bien. ¡Esto es bueno! -
- Vamos al comedor - le digo.
- Sin agarrarse... Derechito, mire al frente -
- No mire para abajo que aquí no hay pozos ni veredas rotas…
Ríe con ganas, se endereza y dice:
- Levantando bien las piernas -
- Eso, nada de arrastrarlas que Ud. puede - respondo.

Llegamos al comedor. Joaquín trata de caminar pero se detiene indefectiblemente al segundo paso.
Diego lo mira y me mira a mí como diciendo “Yo camino más”.
Ahora es él quien le dice:
- Levantando bien las piernas – Yo sonrío.
Joaquín lo mira pero no se da por enterado.

Renata en su silla de ruedas dice hosca e imperativa:
- Salgan de mi camino -
Nos apartamos para que pase.
A medio pasillo enganchó con su rueda derecha el trípode de Ernesto que habla con Hilda.
Él le dice a ésta que antes podía bailar tango, paso doble y vals. Hilda con su delgado torso totalmente vencido formando una “L” invertida le responde que no bailaba vals porque se mareaba y su papá le hacía dar muchas vueltas.
Ernesto desenganchó la rueda y Renata siguió hacia el fondo siempre de mal humor.

Mientras le hago reflexología en los pies a Diego observo al fondo del pasillo de donde habíamos venido a Mirta, la asistenta, que limpia sus brazos en el uniforme verde pues Bruno en otro de sus cabeceos la manchó con la espuma de afeitar. Ella maniobra para afeitarlo y él se resiste reiteradamente echando la cabeza hacia adelante.
El pasillo es largo. A la izquierda una alta pared con barra de sostén hasta la curva para el ascensor. Antes de llegar a él, la puerta de la pieza de la esquina que siempre está abierta.
Allí hay 4 camas, es una habitación grande.
Indefectiblemente a cualquier hora que vaya, distingo una señora peinándose, lo hace continuamente, los pelos entre canos parados. No hay espejo; ella sigue consecuente con su tarea siempre peinándose, digna de un cuadro impresionista.
En la pequeña curva está la ventana de la amplia habitación y el ascensor de frente. Es pequeño, un agregado en el viejo edificio, tipo chorizo de 4 plantas pues las escaleras están al fondo del pasillo al igual que una pequeña cocina que no es la principal, sino que es para merienda y desayuno que no exigen elaboración, pues los pacientes beben un vaso de leche y pan solamente.
Saliendo del comedor a la derecha, hay dos baños. Al costado, una jaula de pie donde un Cardenal saluda silbando a todo el que pase.
Luego viene la habitación donde Fina está enroscada en su cama que da a la puerta abierta. Hay otras dos camas más.
Siempre está abierto pues hace mucho calor y los ventiladores de techo apenas echan viento para remover el aire de la habitación.
Sigue otra habitación que es la que ocupa Héctor, otro extraño personaje y otros dos hombres más.
La habitación contigua es la de Diego, Humberto y el señor de la silla de ruedas. Luego hay otra habitación que es la de Joaquín, el que están afeitando y otro más que sale a caminar por sus medios.

Diego dice cada tanto: - ¡Esto es muy bueno! –
Y yo sigo con mi masaje reflexólogico podal.
Héctor hace rato que está de pie mirando la mesa, la cabeza rasurada a casi a ras. El color rojo de su pelo le da un aire extraño. Los hombros hacia adelante, la mirada fija, siempre fija, el brazo extendido señalando algo y tratando de tocar lo que le llame la atención.
En la mesa, la crema de masaje. Él se acerca hacia ella, la punta del dedo tocándola, la mirada fija pero curiosamente suave, sin agresividad, tranquilo.
- ¡Noo!, ¡No toques! - lo espetó Diego que dirigiéndose a mí explicó:
- Toca todo, agarra todo, se roba todo, lo lleva a su pieza…-
- ¡Hmmm , vos vigilá! - Contesto, mientras aparto la crema.

Humberto sigue sentado a la mesa leyendo. Interrumpe y dice monótono:
- Despojos –
Pasa la médica pequeña y joven con su blanco delantal, pelo negro recogido en una trenza que cuelga gruesa y un barbijo blanco que nunca lleva colocado colgando de su cuello.
- ¡Humbertooo! - le dice.
Éste se encoge de hombros levanta el periódico y sigue leyendo.

Sirvieron pan. Diego agarró el suyo y se puso un trozo en la boca, solo muerde con la dentadura de arriba pues la de abajo se la quitó tantas veces que la perdió. Mastica contra la lengua, el trozo se va humedeciendo y va tomando su forma, contengo las ganas de sonreír.
Voy a buscar agua. La bebe.
Él sigue insistiendo un buen rato, ya no se le ve la lengua, solo tiene el pan adherido de tal manera que tiene su forma, pero no lo puede despegar. Finalmente busco una servilleta de papel en mi bolso y le digo:
- Vamos a sacar eso que es un poco grande -
Lo envuelvo para tirarlo. No quiere. Me lo pide, lo desenvuelve con manos delicadas y algo temblorosas y lo deja sobre la mesa, al lado del pancito. Seguro piensa comerlo luego.
- “Despojos” – dice Humberto.
Trago la bronca. Doy vuelta la silla para no verlo. Diego queda de espalda a la mesa. Sigo con el masaje de pies.
- Esto es bueno – afirma Diego.
Le sonrío. Noto que le molesta el dedo gordo.
Lo miro y pregunto:
- ¿Duele? –
- Yo pateaba con este – responde.
Sonrío diciendo:
- Apuesto que hizo muchos goles –
- Si, en San Lorenzo – contesta.

Estoy frente a la mesa, Diego tiene los ojos cerrados, disfruta el masaje. Héctor se acerca pasito a pasito con el dedo extendido hacia al pan de Diego. Lo agarra. Vuelve a su lugar y lo come lentamente, corta un pedacito y a la boca, otro pedacito y a la boca, así hasta que lo termina. El pan que le pertenece está en el bolsillo de su camisa.
No me preocupa pues siempre llevo medialunas de manteca blanditas para Diego. Veo que Héctor se levanta de nuevo, pasito a pasito. Con el dedo extendido toca tímidamente el bocado con forma de lengua que quité de la boca de Diego, lo toca, lo agarra con cuidado con servilleta y todo. Vuelve a su sitio pero esta vez se queda de pie. Lleva pedacitos a su boca, y lo come todo.
No lo interrumpo, Diego no tiene nada grave y no creo que agregue problema a Héctor ya que su caso es más neuronal. Se queda mirando fijamente pero con tranquilidad los dibujos de la servilleta, siempre de pie. Me pregunto cuánto tiempo puede quedarse así y qué pasará por su cabeza.

No digo nada a Diego. Lo dejo disfrutar el masaje. Él está sano, solo tuvo dos ACV pero su salud es buena. No sé como reaccionaría Héctor si se lo quito, además mi paciente se pondría nervioso sin necesidad. Termino mi tarea, pongo el calcetín y la zapatilla a Diego.
Abre los ojos diciendo:
- Esto es bueno –
- Diego – digo suavemente:
- Traje croissants –
Le extiendo la mitad de uno y comienzo a comer la otra mitad. Este momento compartido también es necesario en la terapia.
- Te cuento que Héctor se comió tu pan - Digo suave, pero riendo.
- Y el trozo que tenías en la boca también…
Gira la cabeza y lo mira. Héctor todavía sigue mirando los dibujos de la servilleta de papel.
- Toca todo, se roba todo – me dice por lo bajo, pero no está enojado.
Nos reímos juntos. Diego entiende que Héctor está como ido.
Le pongo la servilleta delante mientras le digo:
-Mordé poquito, no te pongas trozos muy grandes en la boca…
Hace caso, come con placer.
- Tengo hambre. Como bien – me dice.
- Eso está muy bien – respondo.
Guardo todo. Acomodo a Diego en uno de los sillones. Ato la bolsita de las facturas sobrantes a su cinturón y le digo:
- La pongo aquí así no la ve y no te la quita -
Me mira cómplice y complacido por la idea. Nos entendemos bien, sin muchas palabras. Beso mediante le digo:
- Hasta el martes -
- Gracias – responde.

Oigo a Humberto que repite:
-“Despojos” –
Saludo en general, nadie responde.
No puedo contenerme y me acerco a Humberto, lo miro por sobre el periódico y le digo suave:
- Seres humanos Humberto…
Me mira ido, yo le sostengo la mirada y reitero acentuando las sílabas:
- Se-res huma-nos…
Me mira y repite imitándome:
- Seres huma-nos –
- Si Humberto, muy bien. – respondo sonriéndole.
- Seres huma-nos - repite sonriendo.
- Eso es Humberto, eso es... Chau...

Héctor sigue de pie mirado la servilleta. Paso por el baño a lavarme las manos.
Renata desde su silla de ruedas está lavando una prenda íntima en el lavatorio. No me deja lugar, aunque me pasa su jabón.
La saludo. Apenas mueve la cabeza sin hablar.
Me dirijo al ascensor. Mientras espero veo a Fina que sigue abrazando a su muñeca.
El cardenal me saluda con su silbido.

  Aquí les dejo la receta  de esta mermelada, algo ácida y dulce, como mi despedida de este y el otro blog.      Es momento de descanso y re...