martes, 31 de marzo de 2009

DIVERTIMENTO

FRUTO EN SAZÓN

¡Silencio señor!, señalo.
Sienta este sentimiento
sonando como un sismo:
¡Sístole del corazón!

¡Esto no es solfa señor!
Sobe el saludable seno.
Sonoro sonido suena;
¡Yo solo bailo a su son!

Sustento así sutilmente,
este suplicio mío.
Siembre señor la sabana;
¡Suyo es el fruto en sazón!

miércoles, 18 de marzo de 2009

OJOS DE MIEL

A medida que iba cayendo la tarde, las sombras de la lejana arboleda eran como un oasis que invitaba a refugiarse del intenso sol estival. Mis sentidos imaginaban el frescor y el aroma de las distintas especies del bosque.
Sabía lo que pasaría al caer las sombras. La pequeña llegaría corriendo, casi aladamente a nuestra aldea y como todos los días, regresaría al bosque antes de que amaneciera. Pregunté el porqué del ritual de esa niña que vivía entre los árboles. Los indígenas, con su piel curtida, casi cuarteada de soles me contaron con ademanes expresivos que bajaba para atender a los niños y que antes del alba regresaba al bosque.
Los enfermos, gracias a ella, recobraban poco a poco la salud y los más graves morían beatíficamente, reconfortados por las caricias y palabras de la pequeña, como si ello garantizara su pasaporte a otra vida, a otros mundos, sin penurias ni necesidades.Yo sentía curiosidad. Los nativos no contestaban a mis preguntas, solo la esperaban cuando caía la tarde, al llegar las sombras.
Ella bebía únicamente miel. Su pelo y sus ojos eran de ese color, la llamaban Ojos de Miel.
Sus piernas y sus brazos eran tan finos y delicados, que no concordaban con la energía de su tarea, de su recorrido diario, rápido, misterioso. Sus pies casi no tocaban la tierra yendo de una choza a la otra, chozas de barro y paja, redondas, con ventanas en ambos lados y una entrada sin puerta, abiertas a una anhelada brisa que no llegaba.
La tierra, cuarteada por los intensos rayos del sol hacía que mis pies ardieran. Yo esperaba ansiosamente la lluvia. Esa noche era imposible dormir. Mi cabeza y mis sienes martilleantes anticipaban en gotas saladas lo que pronto llegaría. Al comenzar la lluvia, sentí un intenso olor que subía desde la tierra, un vaho infernal lo envolvía todo. De golpe una cortina brillante, torrencial, caía sin interrupción hacia la tierra. Agradecíamos bailando y riendo el bienhechor elemento.
La niña no interrumpió su tarea. Sus frágiles piernas apenas despegaban del lodo marrón rojizo del suelo. Miraba el cielo con preocupación, como controlando tiempos.
Emprendió el regreso trabajosamente; me pregunté si se habría contagiado algún mal, o si tal vez la mojadura habría afectado su salud. Sus cabellos y sus brazos chorreaban agua. Observé mis zapatos: parecían moldeados por un mal alfarero, patinaban en el resbaladizo suelo, mi camisa y mis pantalones se pegaban al cuerpo como un guante inundado.
La lluvia garantizaba alimento para la población indígena. Ahora la plantación renacería. Almacenaron suficiente agua hasta la próxima lluvia. Súbitamente la oscuridad dio paso al sol de la mañana, sin transición.
Divisé a la niña. Aún le faltaba un buen trecho hasta la arboleda.
Al caer la tarde no llegó. Los nativos lo asumieron normalmente, yo decidí ir hasta el bosque. Metros antes de la verde y refrescante espesura, ví algo brillante. Era la pequeña. Sus piernas y sus brazos cubiertos con el barro rojizo ya reseco, pegado a la tierra. Sus cabellos enmarañados, apenas tenían destellos color miel. Mi corazón estrujado de pena latía apresuradamente. Entonces ví sus pequeñas y frágiles alas doradas calcinadas por el fuerte sol. Mientras despegaba la terrosa cerámica de su cuerpo, un leve astillarse me alfileteaba el corazón. La levanté en mis brazos. La llevé a la aldea. En un extraño ritual, los indígenas la limpiaron y en un lecho de flores la dejaron en el bosque. Cuando acabó la ceremonia solo dijeron:
“Al caer la tarde, con las sombras del anochecer, llegará otra niña con pelos y ojos color miel,,”

sábado, 7 de marzo de 2009

DICHOSOS VIRUS

Sí, están contentos porque mi ordenador se ve que es sabrosón.
Perdonen que suspenda unos días (espero que pocos) hasta que el técnico les diga que ya comieron bastante y se tienen que dejar de fastidiar.
Espero no perder nada de mis archivos y solo sea una picazón de verano.
Abrazos y hasta pronto.

lunes, 2 de marzo de 2009

LAS HORAS VIVIDAS

¿Puede una película ser el detonante que haga emerger momentos importantes de nuestra vida?
Al salir del cine recordé mi cuarenta cumpleaños, ascendiendo al Cerro Otto en Bariloche. Eran las seis de la mañana. Seguí mis estudios de mayor.. Mis compañeros de estudio mucho más jóvenes dormían y yo, afuera, bajo ese cielo, mirando la luna despedirse de las estrellas y sintiendo el frío del deshielo en la cara.
Estaba emocionada ante el espectáculo, y curiosamente no me sentía sola.Mientras el sol empezaba a iluminar mi día, hablé con el corazón a mis hijos: “Estoy aquí, pero estoy con ustedes, no necesitamos estar juntos para estar juntos…”
Mis ojos se unían al deshielo, porque el amor se desbordaba en ellos. Suavemente, entré y me acosté en silencio. Al rato se encendió la luz y las voces somnolientas de mis amigos, empezaron a cantar el cumpleaños feliz. Hubo torta y ya bebiendo el chocolate caliente mi niña afloraba al sentirme querida, mimada.
El profesor nos recordó que teníamos tarea.
¡Nuestro último examen!: Vida en la Naturaleza.. Seguir escalando el Cerro
- ¡Vamos Nona! - Me decían los veinteañeros en el ascenso a la cima.
Fue arduo, especialmente el descenso, pero mi fuerza de voluntad y mi tesón estaban allí. Lógico que sin la fortaleza física no lo hubiera conseguido. Pero mi empeño en vencer los obstáculos se impuso ante las dificultades. Salvo dos chicas que no pudieron cumplir las consignas, todos aprobamos.
Al final de la cena hubo cantos y un hermoso ramo de flores. ¡Me encantan las flores! Coloridas, con ese olor silvestre, que solo se da en la pureza natural de la montaña. ¿Puede transportar un recuerdo a otro?
El flash es rápido como mi mente.
Me encuentro en Escobar. Terminó el recorrido por la exposición de La Fiesta Nacional de la Flor. ¡Qué exhuberancia! ¡Cuánta belleza! ¡Cuánto color! ¡Qué deliciosos aromas! ¡Me sentía agradecida a la vida por poder disfrutar de ello..!
En el viejo Renault doce, los cuatro: mi hija, mi sobrina, Francisco y yo. A la derecha del camino el sol, que en todo sus rojos, se escondía en el horizonte.
Él dijo: - ¡Vamos a contemplar este espectáculo! -
Desvió a la derecha enfilando hacia los pastos del costado de la carretera. Mi vista y mi intuición sintieron que el coche andaba distinto. La trompa descendió levemente, mi cuerpo percibió el cambio enseguida. Francisco miraba el horizonte fascinado, su pericia de conductor lo hacía despreocuparse. Yo no podía despegar mis ojos del capot que suavemente seguía avanzando y bajando. Estaba muda, no quise darle indicaciones El atardecer se reflejaba en el metal. El coche seguía bajando y deslizándose sin avanzar. Francisco reaccionó asombrado cuando el ángulo se agudizó. Las chicas daban grititos de quince y dieciséis años. -¡Agua! ¡Agua!- decían.
Sin duda era agua que los pastos cubrían totalmente. Al abrir las puertas el coche se deslizó un poco más. ¡Barro y agua hasta las rodillas! Coches parados en la carretera, hubo alguien que ayudó a Francisco a sacar a las chicas en brazos.
El estaba petrificado mirando su coche.
Un camionero dijo: - Hace falta un tractor…
- ¡Ya vengo! - dije decidida dejando a Francisco que empujaba inútilmente el auto desde adelante. Caminé hasta una casa cercana. El barro de mis piernas secándose al calor.
Golpeé en la entrada. No había nadie. Al darme vuelta, vi el tractor verde, reluciente, nuevo, enfilando hacia la tranquera.
El conductor me preguntó que quería. Le expliqué la situación. Bajó diciendo: - Voy por unas cuerdas... –
Al volver con los elementos traía un hermoso ramo de flores recién cortadas. “Tome, quédese tranquila” -
- Estoy tranquila… Gracias… - Dije aspirando el olor que automáticamente me recordó al Cerro Otto.
El tractor dio la vuelta hacia el camino. Montada en el guardabarros verde, al lado del conductor y con el ramo de flores en el regazo me sentía la Reina de la Flor de Escobar.
Regazo…
Es una hermosa palabra, las palabras me llenan con su significado, no pasan ante mí de forma intrascendente.
Regazo... puede contener placer, dolor, alegría, varios significados profundos. También puede contener arrogancia, orgullo, y... Pudor; aquí recuerdo una situación embarazosa.
¿Qué es lo que permite saltar de un recuerdo a otro siendo estos tan diferentes?
Mi capacidad de asombro no tiene límites ante las situaciones insólitas que me ha tocado vivir.
Estaba amamantando a mi pequeña de pocas semanas. Sus ojitos en los míos. Ternura más ternura. Por la ventana, el sol calentaba más nuestra tibieza.
Miro hacia la puerta del dormitorio y observando mi pecho desnudo, el plomero decía:
- ¡Señora, terminé con la cañería! –
Bochorno mutuo ante la interrupción de la dulce intimidad compartida. Solo atiné a cubrirme con la mano.
- Pe..pe.. perdone señora! - decía mientras se limpiaba las manos con los trapos sucios.
Mi sentido del humor afloró recién cuando se fue.
Hoy ya es un recuerdo tierno.
¿Qué mecanismos extraños de la mente me recuerdan en este momento al padre de Ricardo?
Con Ricardo tuve una breve relación después de mi primer divorcio.
Sus padres eran mayores, italianos como mi familia paterna. Yo solía amasar fideos y llevarlos algún domingo a su casa. Disfrutaba cocinando y viendo la alegría de los tanos compartir el placer por la buena comida casera.
El padre falleció de repente. Ricardo, agobiado, tenía que hacer trámites e ir a buscar a su madre. Como siempre impetuosa y solidaria, me ofrecí para acompañar al señor en su ataúd hasta el velatorio.
Sola con él en ese salón aún desnudo de ornamentos y flores, me senté en un rincón. Pasados los primeros momentos de respetuoso silencio me fui acercando. En uno de mis arranques empecé a hablar con él sin darme cuenta.
Le dije que se fuera tranquilo. Que su hijo cuidaría de su madre, que la señora no sufriría porque habían sido muy felices. Que yo había disfrutado con nuestros almuerzos, en fin, que descansara en paz.
Me invadió una gran tranquilidad porque sentí que él me había escuchado.
Y me mente voló.
Voló a unos pocos años después, cuando mi hermano tuvo que hacer los trámites por el fallecimiento de nuestro padre y se repitió la situación.
A solas con él antes de que lo llevaran y sobreponiéndome al dolor de la pérdida, con la voz quebrada por el llanto. le di las gracias por haberme enseñado a amar la música, a bailar, a respetar y a hacer que me respetaran, a ser independiente aún comprometida en relaciones y obligaciones y, por sobre todo a ser feliz con todo lo que hago y con las pequeñas cosas cotidianas.
Ya no recuerdo qué mas le dije pero reiteré las gracias…
Ahora, mientras acomodo las flores en el jarrón, agradezco al infinito por las horas vividas.

  Aquí les dejo la receta  de esta mermelada, algo ácida y dulce, como mi despedida de este y el otro blog.      Es momento de descanso y re...