Solemos
imaginar acontecimientos previos antes que ocurran.
A
veces nos vamos del lado muy optimista.
A veces nos vamos hacia el lado catastrófico o
negativo.
Luego
viene el asombro, o la desilusión o la bronca.
Es
conveniente buscar un equilibrio entre lo pensado y la realidad.
De
nada sirve adelantarse al momento de percibir beneficios
Y
de nada sirve imaginar situaciones frustrantes o dolorosas.
Nuestra
imaginación suele aplicar este exceso
a nosotros mismos y a los que nos rodean.
A
veces un homenaje, festejo, paseo, regalo o actividad puede que
no
salga como lo imaginamos y hay que estar preparado para ello
Ser
realista antes del comienzo de esos hechos contando con que
lo
maravilloso para uno mismo, no lo sea tanto para los demás.
Si
fuimos demasiado optimistas, puede ser
que nuestro sentido
de
la observación sea descuidado a la hora de evitar una situación dudosa
o
lo organizado con tanto esmero.
Si
sufrimos por pensamientos negativos estos menguaran nuestra
salud
mental y física hasta el momento de comprobar que
dicha
elucubración negativa no fue tal como la imaginamos.
Nuestros
pensamientos tienden a la exageración tanto para
lo
que pudiera ocurrir para uno mismo como para los que nos rodean.
Es
más, en ese caso, solo lograremos que nuestros miedos
nos
paralicen a nosotros mismos o amedrenten a los demás.
Por
ello es conveniente que no demos a nuestra imaginación
visos
extremos hacia un lado o hacia el otro.
A
medida que pasan los años, ya sea por lo vivido o por no estar
bien
actualizados de sucesos, actitudes, accidentes, enfermedades
o
cualquier otro motivo, sucede que damos más importancia
a
lo que vemos por los diferentes medios,
que a la realidad de nuestro
entorno más próximo.
Sufrimos por nuestros “locos pensamientos”
hasta
que hay una comprobación de que lo grave no es tan grave
como
nuestra imaginación se adelantó a ver.
La
imaginación suele vestirse con miedos por lo que
es
aconsejable no adelantarse a los acontecimientos...
que no
es lo mismo que “vivir en la luna”