martes, 28 de julio de 2009

UNA BIBLIOTECA ES UN PARAÍSO CON LIBROS

Tal vez si Adán y Eva se hubieran conocido bajo una biblioteca otro hubiera sido su destino…
Aunque podría haber sido igual, según el libro elegido, la historia leída, lo sugerente de las imágenes.
Divago al respecto sin tener en cuenta la evolución del Ser Humano, del idioma, de los signos o dibujos.
Tal vez ella le hubiera tirado el más grande por la cabeza cuando él protestaba porque no estaba lista la comida.

Biblioteca del Congreso de la Nación

O quizás se hubiera sonrojado cuando él le mostrara el del arte de amar, aunque, muy femenina, la curiosidad hizo que se plegara a tan tentador requerimiento…
Tal vez no entendían ni jota de lo que allí decía, por eso al ver la ilustración del paraíso, se sorprendieron y ella simplemente hizo lo que vio… ofrecerle la manzana ya que no sabía leer.


Por lo tanto hago hincapié en que hay que estudiar, leer y si es posible saber latín o griego, no se puede ir a la biblioteca sin saber, pues las láminas se pueden interpretar desde varios puntos de vista.
A mí me inspiró ir a la biblioteca, miré a mi alrededor e hice esta breve poesía que tal vez pueda borrar la mala impresión de mis divagues.


De lo que estoy segura es que sí:

UNA BIBLIOTECA ES UN PARAÍSO CON LIBROS
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BIBLIOTECA

En el silencio multiparlante de los libros,
se inicia una conversación muda.
El lector, inmóvil en el sillón, se mueve
por montañas por valles y por mares.
La mágica palabra lo acompaña,
y sin decirle nada, dice todo.
Biblioteca: referencia de autor, número, clave,
intimidad, silencio y mil palabras.

martes, 7 de julio de 2009

EL CIRIO ROJO

La escena en el salón parecía fantasmagórica. Algunos pacientes vestidos con batas blancas caminaban arrastrando sus pies. Calzados con grandes pantuflas, se deslizaban cerca de la pared donde sus alargadas sombras se desfiguraban sobre la pintura blanca del salón. Eran sólo seis. Los demás dormían en sus dormitorios bajo el efecto de las medicinas, de sus propios demonios, de su agotador desvarío.
El personal del hospital recibió el apagón con lúgubre humor. El generador se había estropeado el día anterior, por lo que ya estaban cancelados los tratamientos de shock y operaciones. Y ahora se sumaba este corte de luz producido por las tormentas que arreciaban sobre las afueras de la ciudad.
Parecía imposible que sólo hubieran puesto una vela. Traída de la capilla, alta y ancha, mágicamente rosa, esparcía una llama alargada, que a veces mecía las sombras acunando a los enfermos que se aquietaban con su vaivén y otras se estiraba afinándose y picoteando hacia lo alto del amplio salón, enervando los ánimos de aquellos.
El psicólogo estaba sentado en un rincón con las manos en los bolsillos. El efecto de luz y sombra hacía que su largo cuello y su cabeza calva, sobresalieran exageradamente del delantal, su nariz afinada, larga y curva completaba el perfil.
Conversaba con Fantel, el enfermero de turno, de complexión fuerte, maciza. Sus labios gruesos se extendían hacia adelante al hablar y sus manos gordas y toscas, tenían un cierto parecido a la forma de sus pies calzados con zapatos anchos, redondeados exageradamente en la punta.
Dina estaba cerca de ellos. Siempre que los miraba emitía esa risa aguda y estridente, que yo no oía desde mi puesto de observación, pero que conocía tan bien. Sus dientes finos y alargados brillaban bajo el efecto de la luz mortecina. El médico, siempre con el mismo gesto interrogante en la cara, la miraba indiferente. En cambio Fantel tenía las pupilas dilatadas por el deseo que su risa le provocaba, y por el acomodamiento a la escasa luz...
Simodo, el de la habitación veinte, con su giba deformante, replegó sus cortos brazos y piernas y se tiró en el piso, quedó encogido sobre sí mismo cerca del médico, como buscando instintivo refugio a su temor, ya que Fantel siempre lo acosaba asustándolo con su poderoso cuerpo y abusando de su jerarquía.
Leo, el nuevo de la diecisiete se había acercado de un salto hasta la señora Gesbra, que recelosa y ágil trataba de mantenerse a distancia con sus característicos pasitos al desplazarse. Los lacios pelos entre negros y blancos de ella, contrastaban con los ojos y la abundante y espesa cabellera marrón del muchacho.
Deyanira estaba de pié, estática, contemplando el velón que ahora tenía un profundo cráter rosa. En su interior, un gran lago transparente se agrandaba en el centro sin desvirtuar su nítido contorno. La chica, de figura sin formas y con los brazos colgando a los lados, se mimetizaba con el cirio encendido. El reflejo de sus cabellos rojos irradiaba hacia él, encendiendo el rosa y éste volvía para reflejarse en sus ojos y su bata blanca. Su mirada oscilaba entre el velón y Hércules, ya en franca mejoría, que se entretenía en apilar las mesas y sillas desparramadas por los que se habían retirado a dormir.
Cuando terminó se quedó mirando a Deyanira con ojos enamorados, ella lo contemplaba pudorosa, aunque su mayor atención se concentraba en el velón, donde su mirada ida se dejaba mecer por la llama, como hipnotizada.
Era en esos momentos que Hércules, como protegiendo a Gesbra, observaba atentamente a Leo controlando sus movimientos, atento a intervenir si era necesario.
No había monitores ni cámaras funcionando, sólo podía verlos y mal, a través de la mampara de mi puesto de control en el entrepiso superior. Vaya noche de vigilia me esperaba.
Deyanira siempre de pie, se había interpuesto entre la vela y mi mirada, producía un raro efecto, pues la llama, parecía salir del centro de su cabeza quedando unificadas.
Agudicé mi mirada. Algo mayor a mi comprensión sucedía en el rincón. Me esforcé más, sacudí la cabeza, cerré los ojos unos segundos. Los abrí nuevamente. No podía creer lo que estaba viendo allí abajo.
La cara de Dina se había transformando y reía cual hiena mostrando sus babeantes y afilados dientes. El cuello, la calva y la nariz del doctor eran un gran signo de interrogación, casi un garfio. La libidinosa y riente hiena tenía sujeto al Dr. Interrogo entre sus extremidades, y libaba en su metálico cuello, haciendo realidad sus deseos de poseerlo, de fagocitarlo. Él seguía con las manos en los bolsillos, siempre en su rincón, siempre con su interrogante en la cabeza, aunque ahora lo sacudían pequeños estertores mientras un líquido rojo dibujaba axones y dendritas en su delantal.
Fantel fregaba y chupaba con su alargada trompa el cuerpo de la excitada Dina que seguía emitiendo carcajadas y sorbiendo por el cuello las vísceras del doctor. Las enormes orejas de Fantel se movían abanicando la llama que hacía contorsionar y danzar las sombras.
Simodo seguía replegado, su cabeza no se veía, totalmente metida en su caparazón, sobre él, la terrible pata de Fantel se movía al ritmo de su enorme cuerpo excitado. Éste presionaba más fuerte, complacido y voluptuoso, cada vez que su trompa recorría las intimidades de la complaciente Dina, al fin liberada; feliz, sorbiendo y recibiendo.
El joven León alcanzó a la señora Gesbra que quedó tendida en el suelo moviendo sus patas. Su cuerpo de hermoso pelaje blanco y negro, se cubría de sangre mientras él hincaba sus dientes en el estilizado cuello. La melena y los ojos del león brillaban a la luz de la vela con demencial hambruna. Gesbra ya no se movía. Hércules no llegó a tiempo. Al aproximarse, su cuello iba adquiriendo más volumen, sus venas tensas dibujaban rutas azules en la piel... Desde atrás rodeó con un brazo el cuerpo de la fiera, el pecho al máximo de fuerza. Con el otro brazo, bíceps y tríceps preparados para la acción, retorció la cabeza del joven animal en un solo movimiento. Leo cayó desmembrado, cuerpo y cola abatidos, melena y ojos reflejando aún la luz de la enorme vela ya en a la mitad, consumiéndose.
Deyanira miraba fascinada el velón que, cada vez más rápido, continuaba su danza de picoteo hacia el techo, alargando y extendiendo la llama. Se acercó más. Cuando se sumergió en el profundo cráter, su cabellera roja avivó el fuego y fueron todo cirio, todo lago, toda lágrima rosa, roja.
Desde mi lugar no podía oler ni oír, pero mis sentidos vivían esa sensación acre. Imaginé el grito desgarrado de amor de Hércules que extendió sus manos hacia Deyanira. Ella lo atrajo hacia sí envolviéndolo en su quemante fuego. Escuché sin oír, el crepitar de sus cabellos. La risa de Dina y el grito orgásmico de Fantel. El caparazón de Simodo quebrándose bajo las pesadas patas bailando su danza gozosa. El suave gorgoteo de la sangre de Gesbra y Leo.
Yo estaba horrorizado. En gesto rutinario pulsaba la alarma olvidando el corte de luz.
Vi el último abrazo espasmódico y convulsivo.
Corrí buscando ayuda que no ayudó. Detrás de la mampara, todo era fuego, retorcimiento, crepitar de todos. Todo frenesí, amor, odio, sometimiento, ansia, dolor, liberación.
Los teléfonos sobrecargados. Los bomberos retrasados. Las llamas se extendían. Nubes de humo negro teñían el blanco hospital. Poco quedó de él. Ahora todo era negro, camas, paredes, quirófanos, cuerpos.
Pronto todo fue silencio. ¿Se habrían desprendido los espíritus, o sucumbieron a la locura nuevamente?
Lo que más asombró a los peritos fue que entre los restos calcinados del salón, hallaron dientes, garras y esqueletos de animales. También desconcertó el hallazgo de un extraño garfio sin fundir.
Mi explicación satisfizo a todos, una imprudencia había producido el fatal accidente. Tal vez un rayo. Una fatalidad de la que solo yo y dos enfermeras de turno pudimos escapar.
No había otra explicación.
En mi cordura yo también fui silencio.

  Aquí les dejo la receta  de esta mermelada, algo ácida y dulce, como mi despedida de este y el otro blog.      Es momento de descanso y re...