viernes, 19 de febrero de 2021

EUGENIA SACERDOTE DE LUSTIG

 

Un ejemplo de persona.

 

El año pasado le hablé de la doctora Eugenia Sacerdote de Lustig. ¿Se acuerda?


Varios oyentes me pidieron que volviera a contar su historia en
homenaje al día de la mujer.


Ella se hizo famosa, entre comillas, cuando la línea 80 la nombró
pasajera ilustre y le dio un pase de por vida.
Era un premio a su constancia de viajar todos los días en ese
colectivo a su trabajo como jefa de investigación del Instituto de
Oncología Ángel Roffo.
 
Por aquel entonces, la venerable mujer tenía 90 años. Esa anécdota
ciudadana disparó la curiosidad de los medios y muchos conocimos la
vida ejemplar de la doctora Eugenia. Su esfuerzo, su sacrificio
cotidiano de lucha.
 
Nos enteramos que esta señora que podría ser la abuela de cualquiera
de nosotros, con el cabello totalmente blanco y que andaba lento como
perdonando al viento, tiene en su guardapolvo de investigadora a su
orgullo más grande.
 
Después fue declarada ciudadana ilustre de Buenos Aires e inmigrante
ilustre del Piemonte, la patria chica de Italia donde dejó parte de su
familia. La doctora desciende de los barcos como tantos argentinos.
Tenía 25 años y una hija en sus brazos que cumplió un año en plena
travesía en el medio del océano.
 
Llegó al puerto con sus valijas de cartón y con la esperanza de
construir una nueva vida en un país libre y democrático, lejos del
fascismo de Mussolini que manchaba su tierra querida.
 
Mientras aprendía a cantar y a bailar el tango, se dedicó a combatir
otros males tan terribles como el totalitarismo del Duce: enfrentó la
peor epidemia de polio que tuvo la Argentina antes de que se
descubriera la vacuna Salk.
Y como si esto fuera poco le declaró la guerra científica al Mal de
Alzheimer y al cáncer.


Ese maldito cáncer, tal vez como revancha le fue erosionando la vista.
Sus ojos comenzaron a nublarse hasta la ceguera absoluta. Por eso dejó
de viajar en colectivo y ella, tan corajuda, empezó a tenerle miedo a
los escalones que es lo imprevisto que sube o que baja. Pero una
remisería vecina la empezó a llevar de aquí para allá, porque ella es
un tesoro de todos que todos tenemos que cuidar.
 
Tenía 90 años y seguía cumpliendo con su vocación y obligación.
Dirigía a los jóvenes biólogos en su análisis del transplante neuronal
en las ratas de laboratorio. Era admirable su cargo de investigadora
del CONICET.
 
La doctora Eugenia recibió el premio Hipócrates que es la más alta
distinción que un médico puede recibir en nuestro país y eso no la
transformó en mármol ni en bronce. Se mantuvo de carne y hueso y ni
siquiera se volvió formal o aburrida.
Era la más chistosa del trabajo. La encargada de celebrar los
cumpleaños de sus compañeros, de homenajear la vida compartiendo al
mediodía una porción de tarta y una mandarina de postre.
 
La Nona sabia inoculó en la sangre torrentosa de sus hijos y nietos el
amor por la educación, la excelencia y la honradez.
Ella sigue estudiando aún hoy que tiene, escuche bien por favor, aún
hoy, que tiene 100 años.


Esta maravilla de la humanidad tiene dos adicciones: los libros y la
quesería, donde compra los manjares que la acercan a su infancia como
la mozzarella de Búfalo o el delicioso mascarpone.
 
A los 100 años, la doctora Eugenia, mezcla milagrosa de neuronas y
sensibilidad solidaria es considerada una reina madre por sus
discípulos. Ella que fue discípula de Bernardo Houssay, uno de
nuestros premio Nóbel.
Es una pachamama que cruza los genes italianos con los judíos y
protege todo lo que toca.
 
No se enoja nunca. Sonríe siempre. Dice que esa es su fórmula para
cumplir un siglo en paz y armonía con todos.
Está orgullosa porque fue reconocida como "Prócer de la medicina
bicentenaria", un diploma de honor, que le entregó otro oncólogo
honesto como ella, el ex presidente de Uruguay, Tabaré Vázquez.
 
Hoy la doctora Eugenia tiene 9 nietos y sólo se lamenta que la ceguera
no le haya permitido conocer la cara de sus 4 bisnietos. Escucha radio
y tiene un software que le lee los diarios.

 

Ella insiste en que está ciega.
Sin embargo yo tengo la sospecha que su mirada va mucho mas allá de lo
que uno puede suponer.
Mira con el cerebro y con el alma.

 

Es un siglo de mujer y orgullo.

 

Alfredo Leuco

 

    

 

     Eugenia Sacerdote de Lustig Nació en Turín el 9 de noviembre de 1910, falleció en Argentina el 27 de noviembre de 2011.

 

     Alfredo Leuco es un reconocido y notable periodista político en Argentina. Su descripción breve y concisa sobre esta científica notable me pareció mejor que cualquier resumen que yo pudiera hacer.

     Estimo que al Sr. Alfredo Leuco no le molestará la copia, si así fuera, la retiraré. Gracias. 

lunes, 1 de febrero de 2021

PLAZA RODRÍGUEZ PEÑA

 

     Tuve que renovar la fe de vida en el Consulado de España. Queda de paso de esta plaza y aproveché la oportunidad para caminar y hacer fotos de la misma.

    

     Obra que apenas supera el metro de altura fue realizada en mármol de Carrara por la escultora argentina Luisa Isabel Isella de Motteau. La autora desarrolló su obra a pedido de la Municipalidad de Buenos Aires simbolizando los veranos tórridos de la Ciudad. Se emplazó allí en el año 1914.



     Aquí a grandes rasgos una breve reseña de quien fue Nicolás Rodríguez Peña:

     Rodríguez Peña fue un prócer de los tantos patriotas que lucharon por la independencia argentina.  Nació en Buenos Aires en 1775 estudiando en Colegio Nacional Buenos Aires.

     En 1805 era miembro de la Logia Independencia y solía reunirse en su quinta cita en el mismo lugar de la plaza que hoy lleva su nombre con Castelli, Manuel Belgrano y otros.

     Fue un hábil comerciante tenía varias empresas entre ellas la jabonería que fundó con su amigo Hipólito Vieytes, la que se hizo famosa como centro de las conspiraciones contra la monarquía española.

     Tras actuar en algunas batallas libertadoras, fue nombrado gobernador de La Paz, donde estuvo poco tiempo.

     Como a varios patriotas, luego de idas y venidas exitosas, se lo condenó al destierro y lo enviaron a San Juan. Allí en 1816 colaboró con José de San Martín en la organización del ejército de los Andes.

      Después de la batalla de Chacabuco se exilió en Chile donde murió en diciembre de 1853.

          Tenía que tomar el bus pero decidí que era mejor tomar algunas fotos. Entrada de Callao y Rodríguez Peña.


     Árboles frondosos y otros caprichosos. Todos con un follaje espectacular.



      Asientos y solaz para un día tórrido y caluroso.


     Atrás el magnífico edificio Pizzurno.

          Camino de sombra bienvenida y hacia el cielo un tejado verde que da alivio a los 35 grados que estamos soportando.

     Juegos para niños y atrás en la esquina un hermoso edificio que pertenece a un consulado.


     En esta se ve muy bien el palacio Pizurno. También llamado palacio Sarmiento sede del Ministerio Nacional de Educación y Deporte y la Biblioteca Nacional de Maestros.

Las arboledas brindan frescura y serenidad.


     Césped prolijo, palomas y el disfrute es total.




     Y aquí sorpresivamente me encuentro con alguna planta de zapallo, tomate, girasoles secos por el calor y la falta de lluvias. Amor de cuidador seguramente.   Siempre peco de romántica.



    

     Camino a la salida, ciclista, perros y lugar para entrenamiento de perros y esparcimiento canino.



         Estatua sin identificar, la falta de civismo destruye lo valioso. Caminando por la acera reparo en las farolas y también vemos el Colegio de Nuestra Sra. Del Carmen.



     Y esta pequeña hoja naciendo del tronco. La Naturaleza se expande magnífica en el más insólito lugar.

     Al final del recorrido agradecí el paseo forzoso.

  Aquí les dejo la receta  de esta mermelada, algo ácida y dulce, como mi despedida de este y el otro blog.      Es momento de descanso y re...