EL ALMA DEL PAYADOR
Cuando la tarde se inclina
sollozando al occidente,
corre una sombra doliente
sobre la pampa argentina.
Y cuando el sol ilumina
con luz brillante y serena
del ancho campo la escena,
la melancólica sombra
huye besando su alfombra
con el afán de la pena.
sollozando al occidente,
corre una sombra doliente
sobre la pampa argentina.
Y cuando el sol ilumina
con luz brillante y serena
del ancho campo la escena,
la melancólica sombra
huye besando su alfombra
con el afán de la pena.
Cuentan los criollos del suelo
que, en tibia noche de luna,
en solitaria laguna
para la sombra su vuelo;
que allí se ensancha, y un velo
va sobre el agua formando,
mientras se goza escuchando
por singular beneficio
el incesante bullicio
que hacen las olas rodando.
que, en tibia noche de luna,
en solitaria laguna
para la sombra su vuelo;
que allí se ensancha, y un velo
va sobre el agua formando,
mientras se goza escuchando
por singular beneficio
el incesante bullicio
que hacen las olas rodando.
Dicen que, en noche nublada,
si su guitarra algún mozo
en el crucero del pozo
deja de intento colgada,
llega la sombra callada
y, al envolverla en su manto,
suena el preludio de un canto
entre las cuerdas dormidas,
cuerdas que vibran heridas
como por gotas de llanto.
Cuentan que en noche de aquellas
en que la Pampa se abisma
en la extensión de sí misma
sin su corona de estrellas,
sobre las lomas más bellas,
donde hay más trébol risueño,
luce una antorcha sin dueño
entre una niebla indecisa,
para que temple la brisa
las blandas alas del sueño.
en que la Pampa se abisma
en la extensión de sí misma
sin su corona de estrellas,
sobre las lomas más bellas,
donde hay más trébol risueño,
luce una antorcha sin dueño
entre una niebla indecisa,
para que temple la brisa
las blandas alas del sueño.
Mas si trocado el desmayo
en tempestad de su seno,
estalla el cóncavo trueno
que es la palabra del rayo,
hiere al ombú de soslayo
rojiza sierpe de llamas,
que, calcinando sus ramas,
serpea, corre y asciende,
y en la alta copa desprende
brillante lluvia de escamas.
en tempestad de su seno,
estalla el cóncavo trueno
que es la palabra del rayo,
hiere al ombú de soslayo
rojiza sierpe de llamas,
que, calcinando sus ramas,
serpea, corre y asciende,
y en la alta copa desprende
brillante lluvia de escamas.
Si entonces cruza a lo lejos,
galopando sobre el llano
solitario, algún paisano,
viendo al otro en los reflejos
de aquel abismo de espejos,
siente indecibles quebrantos,
y, alzando en vez de sus cantos
una oración de ternura,
al persignarse murmura:
¡El alma del viejo Santos!
Yo,
que en la tierra he nacido
donde ese genio ha cantado,
y el pampero he respirado
que al payador ha nutrido,
beso este suelo querido
que a mis caricias se entrega,
mientras de orgullo me anega
la convicción de que es mía
¡la patria de Echeverría,
la tierra de Santos Vega!
donde ese genio ha cantado,
y el pampero he respirado
que al payador ha nutrido,
beso este suelo querido
que a mis caricias se entrega,
mientras de orgullo me anega
la convicción de que es mía
¡la patria de Echeverría,
la tierra de Santos Vega!
Nació Rafael Obligado en un
hogar de antiguo cuño porteño, el 27 de enero de 1851. Su infancia y su
adolescencia transcurrieron, casi íntegras, en una estancia de sus padres - don
Luis Obligado y Saavedra y doña María Jacinta Ortiz Urién - a orillas del río
Paraná. Inicia estudios en la Facultad de Derecho, pero los abandona en breve.
Su vocación lo lleva al estudio de los clásicos, antiguos y españoles,
"ansioso de lograr, dice su hijo Carlos, el dominio de la expresión sobria
y limpia, que no solía preocupar suficientemente a los jóvenes poetas de su
generación".
Pasó gran parte de su infancia
en la casa que la familia tenía a orillas del Paraná, donde aprendió a querer
al paisaje, a sus criaturas y a la naturaleza.
El paisaje familiar deja en él
huella muy honda, tal como la vemos en las Poesías, aparecidas en 1885, que se
ampliarán más tarde. Muy corta, es verdad, pero ella basta para discernir a
Rafael Obligado un lugar alto y de honor en Hispanoamérica.
Ya entrado en años se casa en
1886; tres años después, en 1889, le nombran correspondiente de la Academia
Española. Viaja muy poco, sin alejarse mucho de su patria, y, en uno de estos
viajes por las provincias mediterráneas argentinas, recoge los elementos de sus
Leyendas.
Es uno de los fundadores de la
Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires y su consejero
y vicedecano en varias oportunidades. De ella recibe, en 1909, el doctorado
Honoris Causa. Sus últimos treinta años nos lo muestran alejado de toda labor
literaria. Siente vacilar su salud y se traslada a Mendoza hacia fines de 1919.
Su existencia, dividida entre el estudio y la meditación, el hogar y el manejo
de sus posesiones rurales y su fortuna, se extingue allí el 8 de marzo de 1920.
Sus restos descansan en su ciudad natal: Buenos Aires.
(Fotos tomadas desde el AutoBus a mi paso por La Pampa)