Necesito
el mar porque me enseña:
no sé si
aprendo música o conciencia:
no sé si
es ola sola o ser profundo 
o sólo
ronca voz o deslumbrante 
suposición
de peces y navíos. 
El hecho
es que hasta cuando estoy dormido 
de algún
modo magnético circulo
en la
universidad del oleaje.
No son
sólo las conchas trituradas 
como si
algún planeta tembloroso 
participara
paulatina muerte, 
no, del
fragmento reconstruyo el día, 
de una
racha de sal la estalactita 
y de una
cucharada el dios inmenso.
Lo que
antes me enseñó lo guardo! Es aire, 
incesante
viento, agua y arena.
Parece
poco para el hombre joven 
que aquí
llegó a vivir con sus incendios, 
y sin
embargo el pulso que subía 
y bajaba
a su abismo, 
el frío
del azul que crepitaba, 
el
desmoronamiento de la estrella, 
el tierno
desplegarse de la ola 
despilfarrando
nieve con la espuma, 
el poder
quieto, allí, determinado 
como un
trono de piedra en lo profundo, 
substituyó
el recinto en que crecían 
tristeza
terca, amontonando olvido, 
y cambió bruscamente mi existencia:
di mi adhesión al puro movimiento.










