Es una tarde con “nubes y claros”. De todos modos, con mi mochila a la espalda voy a la playa. Hay una resolana agradable, poca gente alrededor y un agradable silencio. Sin darme cuenta, son las seis de la tarde, ahora si que el sol está pleno, se disiparon las nubes y no da ganas de irse, pero mi objetivo es ir hasta el Parque Santa Margarita, donde se festeja la romería anual de fin de verano. Hoy es 30 de Agosto de 2003.
Estoy en La Coruña, Galicia, España.
Aunque mañana domingo es el día principal, con el tradicional concurso
de “empanada gallega” donde se congregan sus mejores elaboradores, decido ir hoy sábado, pues seguramente habrá
menos gente.
Esta vez subo por otra entrada, pues quiero empezar por el comienzo de
la romería. Hay juegos para niños y... ¡una mezcla de olores! Pulpo, costillas,
chorizos asados, sardinas a la parrilla, y al lado de éstas elaboración de
churros solos o bañados en chocolate. Hay rosquillas cubiertas de azúcar y sin
ella. También hay vinos, cervezas, gaseosas, agua. Hay varios puestos de cada
uno, así que el oloroso humo se expande, se mezcla y se impregna en pelo, ropa,
mochila, piel, papilas olfativas y gustativas, que hacen que se me haga agua la
boca, especialmente por las sardinas.
Tenderetes
a los lados del camino, amplios y muy surtidos exhiben sus mercancías en rara
mezcla. Hay puestos de camisones, bombachas o bragas, (como quieran llamarlas),
sujetadores o corpiños, mandiles, mandilones, todo tan “antiguo” y algunos de medidas tan grandes, que me
parece estar en la aldea hace muchos años. En otro puesto se mezclan, bolsos y
carteras con coches y motos de juguetes, en el mismo muñecas y chupa chups,
papas fritas y chales, una insólita mezcla de camisetas de todos los equipos españoles
con bijouterie. Y termina el mismo puesto con las clásicas rosquillas
ensartadas en ramas verdes que cerrarán al vender con asombrosa habilidad.
Una “abraiante” (apasionante) y variada
oferta para todos los gustos, en un solo lugar.
Oyendo
música folklórica del lugar, voy llegando hasta lo más alto. El club de Leones
de Marineda, tiene aquí su carpa. Largas mesas armadas sobre caballetes con
bancos laterales albergan a cada lado a la gente que bebe vinos y cervezas y más vinos y más cervezas. Hay pulpos
precocidos que se exhiben ubicados sobre altas pilas de platos de madera, cuyos
tentáculos rojo-violáceos caen como extraños brazos llenos de granos al aire, y
que irán a parar de a tres o cuatro, a enormes cacerolas especiales de cobre reluciente,
donde la pulpeira con su sabiduría de cocinera de pulpo les dará el punto justo entre hervor y
hervor.
Ya
diviso la Casa de las Ciencias en lo alto. El sol del atardecer se refleja en
los cristales espejados y en su cúpula redondeada. Se proyecta entre los árboles,
dando un aspecto de mayor luminosidad. La fronda toda se mece con la brisa, que
a su vez acerca el sonido del alegre ritmo de panderetas y voces femeninas
entonando canciones gallegas.
Recostada en un árbol rugoso y cálido, observo metros más abajo, el anfiteatro
al aire libre, semicircular, con escalones de piedra que en realidad son
bancos, repletos de gente. No bajo, me quedo en lo alto. Desde aquí diviso el
escenario justo de frente, vacío y con diez o doce micrófonos, que prueban
minuciosamente. –Si- Sí-; No-No-SSSIII- SSSSI-
Miro a mi alrededor. A la derecha, dos jóvenes árboles ponen hermoso marco a un trozo de mar en la
lejanía, en la orilla opuesta hay una
playa, más allá de ésta un caserío
difuminados en la lejanía, bosques y finalmente unas montañas que se recortan
sobre el cielo terminando el paisaje. Un cuadro con marco y todo.
Los
aplausos me vuelven al anfiteatro, donde en filas de a dos, mujeres y hombres
con trajes típicos gallegos, vienen como en procesión, portando a Santa
Margarita sobre sus hombros. Faldas largas, rojas, con delantales negros y
blancos las mujeres. Pantalones rojos y marrones con fajas negras sobre las
camisas blancas, los hombres. Todos llevan zuecos marrones. Detrás viene la
Tuna de Veteranos de La Coruña. Típicos pantalones negros, con camisa blanca,
la faja y la amplia capa negras por
delante, pegados en la capa pequeños distintivos en miniatura de cada región
visitada, y por detrás, tienen rosetas
de colores y de cada una de ellas caen al viento cintas de raso anchas de
distintos colores. Sus mandolinas, guitarras y panderetas están calladas en
respetuoso silencio hacia la Virgen.
Desaparecen y sigo mi camino.
Hay
un hórreo de piedra del siglo XVI, fue
donado por Custodio Moratil Villa e hijos. Seis pilares lo sostienen con una
piedra redonda como botón invertido, que seguramente, impedía que las ratas
subieran hasta él.
En
los hórreos se guardaban el grano, las papas, e imagino que cada uno agregaría
algo a su uso particular.
Mide
unos cinco metros de largo, de alto medirá tres metros; uno y medio de frente con una puerta de
madera con dos antiguas bisagras de hierro. Sobre ella una fecha: MDLXXXVIII.
La
placa tiene una poesía de A. Custodio Moratil:
Tu
piedra de siglos ilumina el alma
mientras
en la tierra negra
espigan
las mazorcas
verdes
y blancas,
y ya en
el granero
se tiñe
de oro
como
fiel compañero
en el
dorado otoño.
¡Piedra
de siglos, piedra del alma... !
El
sol se despide entre los árboles, los eucaliptos se enroscan suavemente sobre
sí mismos descascarando su tronco en láminas que tapizan el suelo junto con
infinitas hojas. Su olor prevalece, penetrando suavemente por mi nariz, mi
sentido lo reconoce inmediatamente.
He
rodeado el anfiteatro bajando por un camino del lateral, me encuentro entrando
a él por el centro en el amplio espacio que separa el escenario de las gradas
de piedra. La tuna está ubicada. El director preparado con su pandereta al aire
para dar la entrada. Es el único que tiene un sombrero negro, napoleónico, pero
puesto transversalmente del medio de la frente a la nuca. El aspecto del
conjunto, es alegre y subyugante. Las cintas multicolores y las capas se mueven
con el viento. Con aparatoso ademán da comienzo la canción.
¡Qué emoción me invade! ¡Es una cueca! “Cuando pa Chile me vooy...!”. Se me ponen los
pelos de punta. Tomo nota de todo mientras canto, la gente me mira... No me importa...
Cantan la canción entera, la tercera parte se
me diluye de la memoria, pero yo palmeo, algunos me siguen. Luego viene la
ovación.
Tengo que continuar mi recorrido, así que subo nuevamente, para volver a
bajar entre tenderetes, por otro lado.
Aquí la cosa varía un poco. Hay un negro que vende relojes y anteojos,
otro que vende bolsos de todo tipo, es más negro que su campera de cuero, pelo
mota cortito, como el mío, pero más mota y renegro, y un bigote muy bien
recortado sobre su boca gruesa pero perfecta, (nunca había visto un negro con
bigote), su nariz no es tan ancha y sus ojos son absolutamente expresivos. Es
un hombre hermoso, me recuesto sobre una camioneta y escribo, mientras me
recreo mirándolo disimuladamente.
Reinicio mi camino. Hay un puesto de pan de Carral, clásico por su gusto
y consistencia que llaman bollas, circulares, grandes y con un agujero en el
medio; y bollos circulares y altos hacia el centro. Mi colesterol mira ávido
las distintas tartas de variados rellenos y cremas, las de tentador chocolate, y mi favorito, el coco.
Pero sigo estoicamente mi camino
Desciendo,
sólo veo cabezas y ropa multicolor bajando y subiendo apretujados entre tanto
puesto. En los caminos transversales, enamorados y alguna persona que quiere
escapar del abigarrado grupo.
¡Qué veo...! ¡Hay un puesto de pájaros y cotorritas de colores! Sigo
hacia allí, y veo que también tienen pececitos rojos. Mi debilidad. Los
pequeñitos a un euro, y los grandes a dos. Pues sí, me compré un pececito
grande, rojo, vivaz, que me llevo en una bolsa transparente con agua, y que
todo el mundo, especialmente los pequeños miran.
Cada vez más cerca está el olor de las sardinas que llevo en la mente y
en las papilas gustativas desde que entré. Si, ahora ya vi todo, así que voy
hacia ellas. Descarto la pulpería, la churrería, y la churrasquería, y me
recuesto decididamente en el improvisado mostrador. El asador, moreno por el
sol, sudoroso por el calor y el humo que desprende su parrilla, está allí no
más a un metro de mí. No me molesta el humo, ni el olor, me dejo impregnar.
Pido dos, que vienen con trozos de deliciosa bolla. Complemento perfecto,
autóctono, y que llega en el momento y la hora justos. Brindo interiormente con
una copa de buen Ribeiro por mi familia y mis amigos.
No
saben lo bueno que estaba. Ahora si, vuelvo por el camino transversal hacia la
salida y emprendo el regreso a casa.
ROSA FAVALE
6 comentarios:
Precioso y emotivo paseo al que no le falta un ápice de costumbrismo. Me he sentido protagonista de tus pasos, he sentido el bullicio, la música y los aromas. Me ha encantado.
Un abrazo.
Es fácil imaginarnos allí, entre el bullicio, los puestos de comida y la música y el humo que flotan en el aire. Echo de menos un buen pulpo regado con ribeiro; también esas sardinas gordas, grasientas y deliciosas.
¡Que fiesta más agradable! Y sin calor, que aquí en todas las fiestas de verano... te asas como las sardinas. Lo malo es que este año habrá sido distinta.
FRANCISCO ESPADA: gracias por compartir mi paseo y me alegra que te haya gustado. Abrazo grandote
TAWAKI: jajaja. son muchas las cosas que se echan de menos. Las sardinas son mi debilidad, hice aquí a la parrilla, el olor inundó el barrio, no sé si habrá gustado, pero yo las disfruté muchísimo. Sin Ribeiro, con Cabernet Sauvignon, que también maridó muy bien. Gracias por estar. Abrazo grandote.
SENIOR CITIZEN: Imagino que sí, sin duda no hubo fiesta, pero hay sabores, olores y momentos que no se olvidan. Los atesoro para siempre. Gracias por venir. Besos
Gracias por compartir esos hermosos recuerdos.
Besos.
TORO SALVAJE: Recuerdos, un recurso para caminar trastabillando por las teclas del ordenador. Gracias por venir. Abrazo cariñoso
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