jueves, 15 de octubre de 2020

VERANO DEL 77

      Llegué puntualmente a las 8 de la mañana. Estábamos en la explanada del Convento de Santa Gema, a las afueras de Coruña.  Era día de elecciones, primeras elecciones en España. Sólo había dos mesas con los correspondientes delegados de cada partido. No hacía falta más para tan pocos habitantes. Un minúsculo habitáculo cercano a cada mesa en el que había dos sillas era el cuarto oscuro. En las sillas estaban  las papeletas de cada partido y una cortina corrediza daba privacidad a la votación.

      Hice entrar a cada delegado para certificar la corrección de todo, comprobé los libros y listas de los votantes, y entonces nos sentamos dignamente a comenzar las tan deseadas elecciones después de años de Franquismo.

     Pues sí que la tarea fue continuada. Faltó el apoderado y yo como interventora no podía dejar la mesa más que para ir a hacer pis, lo necesario, ni un pis de más- Las monjas iban y venían en absoluto silencio.  Se daban cuenta de lo que faltaba y lo traían diligentemente retirándose luego con una pequeña inclinación del torso.

     ¡Cuánto agradecí que no lloviera! ¡Que ni siquiera lloviznara! Galicia nos premiaba con un hermoso sol de junio, prólogo delicioso del verano.

       A las nueve empezaron a llegar los votantes más madrugadores. Había una gran ansiedad en la gente del pequeño pueblo. Todo se desarrollaba con normalidad y alegría. Sólo faltaba el Apoderado.

       A las diez el sol comenzaba a calentar. Las monjitas nos traían agua constantemente, y constantemente se presentaba la imperiosa necesidad, a la que acudíamos por turnos.

      A las once yo estaba roja, aunque no tanto como el rollizo delegado de la otra mesa. El agua que bebía le salía por la cabeza, en cambio, la delgada señora que estaba a su lado parecía secarse bajo el sol. Batía el abanico a velocidad máxima y me maravillaba ver la maestría con que lo cerraba y volvía a abrir cada vez que venía un votante.

      Por supuesto que algunos nos conocíamos, los que estábamos en funciones y la gente que acudía.

      También había dos jovencitas con falda más corta que las nuestras y escueto escote. Me causaba gracia ver por debajo de las mesas, como sus piernas se aflojaban torciéndose por el calor como plantas deshidratadas. Eso sí, todos cumplían con su tarea a la perfección.

      Yo no era la única gordita de la mesa, el joven profesor de historia con abdomen de muchos cocidos gallego tomados en el invierno sudaba la gota gorda. Los otros dos señores trajeados a la antigua, delgados y parsimoniosos, se habían aflojado un poco la corbata. Mi sonrisa contrastaba con su seriedad mientras les decía:

     -   Pueden quitarse las chaquetas – pero muy circunspectos y conservadores respondieron:

-     Hace menos calor así. - 

     Las monjitas que acababan de traer más agua y blanquísimas servilletas los miraron con aprobación.

     Otra vez aparecieron nuestros ángeles de piedad. Esta vez traían sombreros de paja de los que usaban en arreglar la huerta, insistiendo en que nos los pusiéramos. Faltaban dos, yo cedí el mío y el joven catedrático hizo lo mismo. Los dos nos reíamos del aspecto de nuestros compañeros y ellos se reían entre sí, pero ninguno se lo quitó.

      Al rato aparecieron dos vecinas que habían estado votando. Traían dos coloridas pamelas que nos pusimos agradecidos. La flaca de la falda corta le cambió el sombrero de paja al profesor y se calzó la pamela.  Ahora sí que la carcajada era general. En cada mesa había 3 hermosos sombreros de paja y 2 adorables pamelas.

      Hacia la una, el flujo de gente fue aflojando. Comimos unos sanwichs cedidos por el Ayuntamiento, fruta y por supuesto más líquido. Las monjas nos trajeron melón ya pelado y troceado y uva fresca de la huerta. Nos supo a gloria.

     A las dos cuando el sol nos estaba achicharrando, vimos a los del bar del pueblo venir con cuatro sombrillas, que desplegaron a nuestro alrededor. El colorido contrastaba con la seriedad del lugar y con la seriedad del evento. Todos reíamos, los del bar, los de la otra mesa y nosotros, que señalándonos mutuamente largábamos la carcajada.

      Las monjitas con sus hábitos negros y sus cofias blancas se privaban de hacerlo esforzándose por estar serias, cosa que despertaba más la hilaridad.

      Llegó Manolito, un joven muy juerguista del lugar, dijo:

            - ¡Qué mesas parranderas. !- Cada detalle hacía que volviéramos a reír, aunque quisiéramos reprimirnos ante lo serio del momento que nos tocaba vivir en la historia de España.

      Eran las cuatro, Documentos, listados, búsqueda, cortinita que se cierra, cortinita que se abre.... y calor, calor, calor.

     Cambiaron las monjitas por otras, pensé que irían a comer. Trajeron más agua y cambiaron nuestras servilletas por otras impecables ya que casi todos nos secábamos el sudor con ellas.

     Ya faltaba menos pensábamos todos, cuando un guardia civil interrumpió la tranquilidad diciendo alterado.

 - ¡Hay que levantar! ¡Avisaron que hay movida y tenemos orden de trasladar todo a la cuadra!

 - ¡Válgame Dios!- dije, y enseguida empezamos a trasladar las cosas adentro del único galpón que había desocupado y que por el olor servía para guardar animales. Sólo autoricé a los guardias a ayudar con papeles y urnas. Los delegados trasladaban los “cuartos oscuros”. El profesor de historia ayudaba al rengo. Yo no me movía de al lado de las urnas. Las monjitas sin decir palabra llevaban las sillas y las jarras de agua.

“¡De la que se zafó el apoderado!”, Pensé.

Vinieron más policías y guardias municipales que quedaron custodiando el portón de la entrada al convento.

        La madre superiora habló por lo bajo con las monjitas que se pusieron a limpiar el espacio que habíamos dejado libre.  Las otras que habían vuelto de comer despejaban diligentemente la cuadra de los fardos de pasto que apilaban contra la pared del fondo. También se cerraron los amplios portones del galpón.

      Al principio no hacía tanto calor pero al pasar el tiempo las lámparas que habían traído las monjitas para alumbrarnos empezaron a caldear el ambiente que al estar cerrado concentraba el vaho dejado por nuestro sudor y olor a animales.

      Todo fue una falsa alarma. Solo vinieron los últimos votantes. Hubo un respiro pues ya pudimos abrir las enormes puertas corredizas. Con el revuelo algunos estábamos con los sombreros puestos. Les avisé y se los quitaron, yo me quité la pamela y así seguimos la tarea. Al fin, terminamos.

     Para hacer el escrutinio cerramos nuevamente las puertas del galpón. Pronto nos iríamos a casa.  Hasta ahora el Apoderado no había aparecido así que la responsabilidad era completamente mía. La Madre Superiora me sugirió que dejara tres monjitas de su máxima confianza y absoluta discreción por si necesitábamos algo. Después de consultar con los demás asentí, por lo que quedaron en un rincón, de pie y con la cabeza inclinada, siempre mirando al piso.

     Mientras yo me decía: -Ya está todo listo - 

     Pero no; había más... ¡Había mosquitos! ¡Y tábanos! Mosquitos y tábanos que al cerrarse las puertas se ensañaban con nosotros dejándonos  ronchas enormes. Todo era rascarse y más ronchas, y la alergia de las chicas. Era desesperante. No nos alcanzaban las manos para hacer todo. Golpe va, papeleta viene, y así rascándonos y trabajando, cumplíamos con nuestra patriótica misión.

     Las monjitas pidieron permiso para salir. Al volver traían sábanas. Las mujeres envolvimos nuestras piernas en ellas. Yo me puse otra sobre los hombros. Pero a pesar de todo todavía teníamos capacidad para reírnos de la nueva situación.

     Fue cuando la Madre Superiora apareció con una bandeja de cuadraditos de tarta de maíz cubiertos de azúcar impalpable y canela.

     Creo fervorosamente que las monjas fueron las auténticas heroínas de ese día de votaciones. Nosotros tuvimos cuasi una Antígona, ellas mitigaban la tragedia cómica constantemente atentas a nuestras necesidades y sufrimientos a lo largo de ese día de votaciones.

      Al fin vino la policía a recoger las urnas. Había que llevarlas al Palacio de Justicia.

            Nos dijeron:

-Señores ahora hay que proceder al quemado de las papeletas- 

Era la costumbre de antes. Procedimos a conciencia. ¡A ver si ahuyentábamos a los mosquitos! Pero los únicos asfixiados éramos nosotros, que llorábamos por el humo de las papeletas, mezclados con olor a heno y deposiciones de los animales que alojaban en la cuadra.

Allí vimos salir a nuestras piadosas cuidadoras que volvieron trayendo cubos de agua y toallas impecables para enjuagarnos los ojos. El resto lo usaron para apagar los últimos rescoldos, cosa que levantó otra nube de humo con restos de papeles hechos ceniza. Algunos volaban y se posaban en nuestros cuadraditos de tarta de maíz.

Ahora solo quedaba ir al correo para notificar los resultados por telegrama.

            Fuimos en la camioneta de la policía. Custodiando las urnas estaba la señora delgada de la otra mesa, menos picada por los mosquitos que todos ¿Ventajas de ser flaca? También venía el  señor rengo de mi mesa con los ojos colorados como si hubiera bebido y yo, que no dejaba de rascarme las tremendas ronchas rojas que tenía en brazos, piernas y cuello.

           El policía que conducía sonreía disimulando cada vez que miraba por el espejo. Fueron unas elecciones inolvidables, tanto por ser las primeras, como por haberme tocado en ese Convento de Santa Gema tan entrañable para mí y por todo lo vivido en ese día.

            Afortunadamente no me volvió a tocar estar en una mesa nunca más...

 

A la memoria de Bety Ortiz mi gran amiga de La Coruña


14 comentarios:

Francisco Espada dijo...

Con una deliciosa prosa, llena de puntillosos detalles, nos haces revivir aquella novedad que vino a ser ir a votar por vez primera. Gracias por tan emotivo momento.
Un abrazo.

Rafael Humberto Lizarazo Goyeneche dijo...

En tu agradable relato pude ver también aquellos lejanos años cuando por casualidad también me correspondió ser jurado en unas elecciones, muchas coincidencias pude hallar.

Un abrazo.

Senior Citizen dijo...

Yo no lo pasé tan mal ni estuve en la mesa, pero también aguanté varias horas en cola a causa de un problema que hubo con las papeletas. Recuerdo aquella mañana perfectamente por la ilusión que tenía de votar, pero también recuerdo que de las 5 personas que hicimos tertulia en la cola, solo quedo yo.

RosaMaría dijo...

FRANCISCO ESPADA: mi querida y recordada amiga Bety contó su anécdota en reunión de amigas, le sucedió tal cual. Celebro que te haya resultado grato. Cariños
RAFAEL HUMBERTO LIZARAZO GOYENECHE: no agregué nada, nos reíamos mucho al escuchar el relato de mi amiga. Todo surgió de un paseo a la Iglesia de Santa Gema en Galicia. Gracias por venir. Abrazo.
SENIOR CITIZEN: Sí hace muchos años ya, así que no me extraña lo que cuentas. Bety tampoco está pero quise recordarla así ya que era muy divertido escucharla. Un abrazo cariñoso

Tawaki dijo...

Una historia muy divertida, al menos ahora, sin mosquitos ni calor abrasador, aunque por lo que veo pasasteis un día lleno de risas. Desde luego, son anécdotas para recordar siempre.

RosaMaría dijo...

TAWAKI: no la viví personalmente pero el relato de amiga Bety era tan elocuente y veraz que tomé nota de ello. Ella ya no está pero la recuerdo con mucho cariño, pues fue mi gran amiga de Coruña. Abrazo grandote

..NaNy.. dijo...

Hola paso para dejarte un saludos y darte las gracias por tu visita y tus amables palabras.

TORO SALVAJE dijo...

Gracias por compartir ese relato.
Qué tiempos... yo era muy joven pero las recuerdo.

Besos.

RosaMaría dijo...

NaNy: Un placer. Cariños
TORO SALVAJE: Pues yo no las viví, si lo hice a través del relato de mi amiga. Lo puse en su memoria y es verídico. Gracias por venir. Besos

N A S S A H dijo...

Nice story i loved it

RosaMaría dijo...

NASSAH: Me alegro que te gustara, es una historia real. Gracias por tu visita, bienvenido

Mari-Pi-R dijo...

Pues vaya recuerdo de unas elecciones, es para recordarlo toda una vida.
Muy divertido, que tengas un feliz fin de semana.

Marina-Emer dijo...

Yo te pido disculpas por mi falta de tiempo, estoy mejor pero no tengo ni ilusión a escribir ,tengo terror por lo que pueda pasar a mis hijos y me baja la mínima de tensión .
Abrazos

RosaMaría dijo...

MARI-PI-R: Me alegra que lo pasaras bien, estoy buscando cosas positivas para no aislarme. Gracias por venir. Felices días para ti también. Beso
MARINA-EMER: No te disculpas, pasé por esto hace un tiempo y la compañía de vosotros ayudó a que viera que la situación es caótica, pero que no pensar más allá. El escribir me hizo bien, y el releer viejos escritos aún mejor. Es curioso, pero todo esto da fuerzas. Aquí mis hijos trabajando, pero confío en ellos y su propio cuidado. El Destino querrá que todo ande bien.
Te quiero y te comprendo amiga, mucha fuerza. Besos

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