Hacía muchos años que no nos veíamos, así que
Isabel decidió viajar a Argentina con sus dos nietos, uno rubio, inquieto y
sonriente y el otro de pelo más oscuro más tranquilo y también siempre alegre
que corría por la casa de aquí para allá.
Isabel me invitó a acompañarla de
vuelta a Alemania así que partimos del Aeropuerto de Ezeiza llevando cada una
un niño que ya se habían acostumbrado a mi presencia y mis brazos.
El viaje transcurría sin inconvenientes
hasta que notamos que el avión descendía. Si bien era inquietante no notamos nada extraño. Salvo que la pista de aterrizaje era un camino de tierra ancho,
paralelo a las vías del tren.
- ¿Estamos en La Florida? - Preguntó Isabel. Yo no tenía ni idea.
A la izquierda el avión, en el centro una
especie de playa con arena y a la derecha muchas rocas.
Nos hicieron descender, el avión medio
encajado entre una especie de montaña y las vías donde había aterrizado. Allí había
un tren estacionado que al rato partió sin pasajeros y
desapareció.
Había una playa y desde el centro de la misma se podía
ver el mar que subía cada tanto y todos nos poníamos en fila a lo largo de
rocas que iban de izquierda, donde estaba el avión, a derecha.
Precisamente por la derecha venía un viejo
camión hacia donde estaba el avión.
Mientras tanto nos invitaron a un
refrigerio que se sirvió en una cueva que formaban esas rocas al lado del
camino donde descendió el avión. Se notaba que los del lugar querían agasajarnos
y distraernos cantando y bailando.
Cuando salimos a la playa traían un motor
nuevo que habían bajado del camión mientras el capitán y su copiloto daban órdenes
para llevarlo hacia el avión.
Yo sacaba fotos a todo, especialmente al
capitán que cada tanto interrumpía el montaje para posar junto a los que lo
ayudaban.
Mi hermana que estaba a lo lejos me hacía
señas de que le tenía que pasar las fotos. Raro, ella nos había despedido en
Ezeiza.
Isabel tomó el micrófono que habían
instalado en una roca cerca del avión y nos decía que aplaudiéramos y luego se
dirigió a la tripulación diciéndoles:
-¡Ahora habría que brindar con un buen
champán…! -
Por supuesto que lo trajeron. Los niños
estaban con la abuela y yo ocupada en sacar fotos.
Cuando el motor estuvo montado se hicieron
pruebas con gran ruido. Las rocas y el suelo arenoso temblaban y nosotros
también. Y allí me desperté…
Nunca olvidaré ese viaje a Alemania.
6 comentarios:
¿Y llevabais mascarilla o no? Porque la mascarilla es ya como el dinosaurio de Monterroso, que cuando despertamos... ahí sigue.
Que gran crónica, muy querida Rosa María.
Yo vivo en Florida, la de USA.
Gran abrazo!!
SENIOR CITIZEN: fue un viaje futurista, algo loco, ya no existía la mascarilla. Celebro tu buen humor. Beso y gracias por venir.
RICARDO TRIBIN: gracias, quién sabe si no pasamos por allí en este vuelo loco. Besos.
Tremendo momento me imagino pasaron, pero todo salió bien, muy buen relato María Rosa.
Abrazo
Imposible viajar mejor.
Sin colas, sin mascarillas, sin esperas, sin riesgos...
:)
Besos.
lanochedemedianoche: Gracias por tu estímulo. Un abrazo y bienvenida
TORO SALVAJE: si amigo, soñando todo es mejor, un viaje ideal. Beso grandote
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